ACTÚAN HOY

• A las 22, en el teatro San Martín (avenida Sarmiento 601).

Es la noche del 27 de diciembre de 1871, y Juan Manuel de Rosas intuye que será su última sobre la tierra. Lejos como nunca de la Argentina, el personaje sufre la soledad y el olvido en Inglaterra, donde buscó refugio. Acurrucado junto a un brasero y con la sola compañía de una perra en celo, repasa los momentos luminosos y oscuros de su vida, desprecia los malos recuerdos, enumera a sus enemigos y se erige por encima de todos ellos como “el argentino que nunca dudó”.

“El farmer”, la novela de Andrés Rivera, es llevada al teatro por Rodrigo de la Serna y por Pompeyo Audivert, en una elogiada puesta estrenada el año pasado, que se podrá ver esta noche en el San Martín. “La clave que nos permitió llevar adelante la adaptación teatral fue dividir al personaje en dos cuerpos: el Rosas biológico de carne y hueso que se está muriendo y el Rosas mítico, el que nace esa noche a la inmortalidad, el que va a permanecer acechante en las sombras de lo nacional como una suerte de identidad clandestina”, detalla Audivert a LA GACETA.

- ¿Qué les atrajo de Rosas?

- Es un personaje histórico sobre el que no tenemos como colectivo social una mirada unificada, como sí sucede con Sarmiento, Belgrano o San Martín. Es una máscara contradictoria donde late nuestra identidad convulsa de argentinos, imposible de estabilizar, inaprensible y, en ese sentido, poética.

- ¿Cómo fue el trabajo de traspaso de la novela de Rivera al texto dramático?

- La novela de Rivera es también un texto dramático, en el que Rosas monologa con él mismo a solas con sus fantasmas, rumia su rabia, se interroga, se responde, trata de dar con el sentido de su vida en sus últimos momentos en Southampton, después de 25 años de exilio. Es una suerte de rey Lear nacional.

- ¿Se lo puede definir como un monólogo a dos voces?

- Sí, es un monólogo a dos voces y también un soliloquio escindido, un monólogo esquizo-epiléptico, una cita quizá con el fantasma que habita en el reverso. Lo interesante es que se pueden sumar versiones sin contradicción. Es muy difícil de sostener todo eso con un solo cuerpo y un solo actor; resultaría moroso, denso, abrumador.

- Le dio dinámica al texto...

- La idea del doble mítico desató la jugada metafísica del teatro y nos permitió, además de establecer una dinámica teatral muy curiosa, ágil y rítmica, abordar cuestiones más allá del nivel histórico: el tema de la identidad como asunto sagrado. Su figura contradictoria, nuestra como pocas, nos permite representar la sospecha existencial a la que se debe el teatro como arte ritual y sagrado, la de la otredad, la de ser otros que asedia al hombre histórico.

- ¿En qué género inscriben la puesta?

- La cuestión del género es difícil de estabilizar en nuestra obra. Sin dudas, es una actuación cargada de fuerzas contradictorias. Rodrigo y yo somos actores que vamos más allá del realismo o del naturalismo, hay en juego algo de grito histórico que queremos representar y para ello hay que situarse fuera de los moldes heredados, o hacer una síntesis de distintas herencias, conjugándolas con nuestra sangre y nuestro presente. Estamos en un estallido histórico; por lo tanto, lo que está en crisis es justamente, la herencia. Actuar hoy es algo nuevo. El teatro hoy debe ser un piedrazo en el espejo.

- ¿Costó esta creación?

- Estuvimos trabajando un año aproximadamente en la adaptación, para separar los textos según nos pareciera que correspondían a uno o a otro. En la etapa de ensayo fue fundamental la mirada alterna de nuestro compañero y codirector Andrés Mangone. Construímos mecánicas de despliegue de la puesta en escena con un procedimiento teatral discontinuo, donde los cambios de tiempo, de niveles de realidad y de estados del personaje, se van produciendo como en un ensueño donde se ha suspendido la lógica de las continuidades del mundo.

- ¿Los argentinos estamos condenados al exilio y al olvido?

- Estamos condenados a perder y a recuperar la identidad cada tanto. Somos un país con una historia extraordinaria, aunque a veces a muchos se les olvida y están dispuestos a fingir que no lo saben, que no saben quiénes fueron.